Todo es más grande en Misiones. No sé como explicarlo, pero es asi.
Ah ya sé: en el camino de Los Macucos, en el Parque Nacional Cataratas del Iguazú. Ahi fue. Unas hormigas del tamaño de una falange. Y por si no me creían, traje una encerrada en un frasquito. Ya estaba muerta claro, porque sino no iba a aguantar hasta La Plata. Fiambre y todo servía, lo importante era verla.
Las patas fuertes, la cabeza algo grande en relación al cuerpo y lo más sorprendente: unas mandíbulas capaces de atemorizar a la araña más patotera. Aunque las arañas de ahi, bueno...
Se cruzaban de lado a lado del sendero que marcaba el rumbo hacia lo desconocido (para nosotros los nuevitos de la selva). Corrian a una velocidad inusitada, sin pararse a ver que gigante venía aplastandolo todo. Corrían riesgos.
Muchas yacían aplastadas sobre la tierra roja. Algunas sorprendidas con la carga encima, hojas o pequeños palitos. Otras siplemente con el gesto de sorpresa dibujado aún en sus antenitas. Pero ni asi amainaban. Cabeza en alto y a cruzar, aunque me cueste la vida. Así son ellas.
Eso le pasó a la mia, a la hormiga que traje en el frasquito digo. Se ha mandado sin ver. O viendo sin pensar. O pensando sin temer. Qué se yo, se mandó y a cobrar.
La miro ahora y me acuerdo también del tamaño del pasto: como helechos, una cosa de locos. Me traje uno, pero se me secó mucho y perdió contundencia. Verde era una rama casi, imponente como la catarata misma.
Pensé en el momento "no puede ser un pasto, debe ser algún tipo de planta desconocida en Buenos Aires". Pero no, era un simple y auténtico pasto misionero. ¿Césped es más fino no? Si, bueno, entonces "un auténtico césped misionero".
No vi muchos caballos. A decir verdad no recuerdo haber visto caballos. Pero seguro que hay, pocos pero hay. Y los que viven por ahi se deben hacer una panzada con semejante pasto, con 10 o 15 ya está. Panza llena. Con lo verdes que son además. Pura fotosíntesis, te cuento.
En algunos sitios el pasto era más ancho que una película fotográfica y más verde que la camiseta de Ferro. Increíble verlo.
Como lo de los chicos rojos. ¿Como que no te acordás? Los nenes esos. No no eran pelirrojos, eran rojos. Si, del color de la tierra.
Andaban todo el dia, meta caminar. Ibas a cargar el termo y ahi estaban. Ibas al baño y estaban ahí. Te metias al rio y de pronto los tenias al lado. En las excursiones, en el centro, en todos lados.
La cuestión es que no había forma de no verlos. Y te hablaban. Te decían: "me dá una moneda o algo para comer". Y les dabas. Porque otra no había.
Una vuelta le cortamos unos pedazos de zandía, una tarde de calor infernal en la que nos habiamos puesto a comer en el cámping, muertos de sed. Se acercaron, callados, con la voz en los ojos, el pelo seco y los pies descalzos.
Y de pronto no estaban más. Se esfumaban, así como así. Te dabas vuelta para darles algo más y ya no había nadie. O los veías corriendo a lo lejos, parando a otro desprevenido o zambulléndose en el agua, junto a las rocas.
Pero volvían seguro. Siempre, con cada ruido de la panza.
Eran chicos guaraníes, quizás algún toba. Indios. Auténticos indios misioneros. Y eran rojos che, ¿podés creer? De la cabeza a los pies. "Los niños rojos" se me ocurrió en el momento.
Ahora que lo pienso eran como las hormigotas: se mandaban al camino sin pensar, sin miedo, sin mirar. Con el objetivo bien adentro de sus cabecitas y mordiendo en las conciencias de los curiosos.
Es así. Todo es más grande en Misiones, seguro. La pobreza también.